domingo, 29 de diciembre de 2013

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martes, 17 de diciembre de 2013

Los caminos y los bandidos


Por culpa de un pastelero: 1838-1839


La vida cotidiana en la ciudad y el campo

Durante la primera mitad del siglo xix, las ciudades de México eran pequeñas y poco pobladas; la mayor parte de la población vivía en áreas rurales, dedicada a labores agrícolas. Al paso del tiempo, la modificación más importante en cuanto al trabajo en el campo fue el crecimiento gradual de las propiedades, que llegaron a tener gran extensión. Ante esto, muchas personas abandonaron su pueblo
de origen para irse a vivir a ranchos y haciendas donde la convivencia social tenía características muy diferentes. Otra de las cosas que cambió y afectó la vida en el campo fue la leva o reclutamiento forzoso para el ejército. Debido a esta práctica, numerosos campesinos fueron obligados a dejar sus labores cotidianas para servir en las filas militares; lo cual causó la desintegración de familias y poblados.

En las ciudades, la vida de sus habitantes cambió poco a poco. En buena medida, las personas continuaron desempeñando los oficios y las actividades del virreinato: la mayoría eran jornaleros, vendedores ambulantes, artesanos o trabajaban en el servicio doméstico; también había, en menor medida, empleados públicos, comerciantes, tenderos, funcionarios, militares, profesores, médicos, abogados, sacerdotes y monjas. Un fenómeno que comenzó a observarse en algunas ciudades fue el aumento de la población proveniente del campo, que desempeñaba oficios como aguadores, vendedores ambulantes o cargadores en los mercados; otros se convertían en limosneros.

En las ciudades e incluso en los pueblos más grandes del país circulaban periódicos y revistas, y la gente comentaba los asuntos del día, pues aunque sólo unos pocos sabían leer, no faltaba quien leyera en voz alta las noticias para que los demás se enteraran. Además de las fiestas religiosas también comenzaron a organizarse conmemoraciones cívicas, como el Grito de Independencia, que se celebró por primera vez el 16 de septiembre de 1812 en la población de Huichapan, Hidalgo. No todos los niños iban a la escuela, pues al igual que en el campo, la mayor parte ayudaba a sus padres en sus labores cotidianas.


Un vecino con intereses de expansión

La separación de Texas Al iniciar la década de 1830 la situación de Texas era preocupante: año con
año cruzaban la frontera miles de estadunidenses que se instalaban de forma ilegal en aquel territorio sin que el gobierno pudiera impedirlo. Los colonos desafiaban las leyes de la República y a las autoridades mexicanas y muchos de ellos deseaban separar a Texas de México.

A finales de 1835 el Congreso decidió convertir al país en una república centralista. Esto causó descontento en algunos estados y sirvió de pretexto a los colonos texanos para consumar su propósito, así que se declararon independientes argumentando que ellos habían jurado la Constitución federal de 1824 y no estaban obligados a ser parte de un país que había cambiado su forma de gobierno.

A principios del año siguiente Antonio López de Santa Anna, al frente del ejército, marchó hacia Texas con la intención de someter a los colonos rebeldes. Pero después de algunos triunfos (como la toma del fuerte de El Álamo) fue derrotado y capturado en la batalla de San Jacinto, en abril de 1836. Mientras estaba prisionero firmó un acuerdo en el que aceptaba la independencia de Texas y ordenó la retirada de las tropas mexicanas. El Congreso se negó a aceptar este convenio y consideró que Texas continuaba siendo parte del país, mas el gobierno mexicano no tenía recursos para financiar una nueva campaña militar contra los separatistas. Finalmente los texanos declararon su independencia y formaron una república independiente; en 1845 pedirían su anexión a Estados Unidos, lo cual generó un conflicto entre ambos países.



La guerra con Estados Unidos

Una vez que Texas se incorporó a Estados Unidos, este país buscó extender sus dominios hasta las costas del Pacífico. Para conseguirlo propuso a México la compra de Nuevo México y California, pero el gobierno se negó a vender esos territorios. Ante esto, el gobierno estadunidense planeó conseguirlos militarmente.

A pesar de esta amenaza, los grupos políticos mexicanos no suspendieron sus disputas; por el contrario, siguieron enfrentados entre sí. En tales circunstancias resultaba difícil enfrentar con éxito a un enemigo que estaba mejor preparado para la guerra.

Los primeros enfrentamientos se produjeron en abril de 1846 en la frontera entre Texas y Tamaulipas. En mayo, Estados Unidos le declaró la guerra a México. Durante los siguientes meses los soldados estadunidenses invadieron nuestro país por dos direcciones: unos atacaron Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila, mientras que otros avanzaron hacia Nuevo México y California. En septiembre del mismo año tuvo lugar una reñida batalla en Monterrey, y en febrero de 1847 se libró otro enfrentamiento de grandes proporciones en un paraje llamado La Angostura, cerca de Saltillo.

El gobierno de Estados Unidos también envió otra fuerza a atacar Veracruz; sus barcos de guerra sometieron al puerto a un intenso bombardeo. Marinos y soldados mexicanos defendieron la ciudad, pero debieron rendirse ante la superioridad enemiga. Luego de ello las tropas estadunidenses avanzaron hacia el centro del país. En agosto de 1847 llegaron al valle de México y emprendieron el ataque contra la capital de la República. En los alrededores de la ciudad se libraron batallas en Padierna, Churubusco, Molino del Rey y Chapultepec, acciones en las que fue derrotado el ejército mexicano. Finalmente, el 14 de septiembre el ejército invasor izó su bandera en Palacio Nacional y permaneció en la ciudad hasta mediados del siguiente año. A lo largo de varios meses, algunos representantes mexicanos negociaron con un enviado estadunidense para acordar los términos de la paz; además de Nuevo México y California el gobierno de Estados Unidos quería apoderarse de la península de Baja California y partes de Tamaulipas, Coahuila, Nuevo León, Chihuahua y Sonora; pero los negociadores mexicanos se opusieron. En febrero de 1848 se firmaron los Tratados de Guadalupe-Hidalgo, mediante los cuales México aceptó la pérdida de Nuevo México y California. Estados Unidos se comprometió a pagar una compensación de 15 millones de pesos. La derrota militar, la muerte de miles de soldados y la pérdida de la mitad de su territorio representaron un gran golpe para México. Durante los siguientes años el país vivió una etapa de gran desilusión y caos político.


Los intereses extranjeros y el reconocimiento de México

En la actualidad México cuenta con el respeto y la amistad de numerosos países, pero esto no fue así en los inicios de su vida independiente. Por el contrario, nuestro país tuvo que hacer grandes esfuerzos para que otras naciones del mundo reconocieran su existencia como país soberano y respetaran
sus derechos.

Tras la consumación de la independencia, España adoptó una actitud hostil hacia México. En el fuerte de San Juan de Ulúa, en Veracruz, existía un grupo de españoles que se negaban a reconocer nuestra independencia.

Ante esta situación la Marina de Guerra Nacional, al mando del capitán de fragata Pedro Sainz de Baranda, consiguió que los españoles capitularan en noviembre de 1825, con lo que se logró consolidar la independencia de México. Sin embargo, en 1829 una expedición española desembarcó en las costas de Tamaulipas, pero fue derrotada por el ejército nacional. Después de este fracaso el gobierno español quedó convencido de que no iba a reconquistar México y en 1836 reconoció, por fin, la independencia. Debido a sus compromisos políticos con España, el gobierno de Francia tampoco reconoció oficialmente la independencia de México. No obstante, mantuvo relaciones comerciales con nuestro país, pues le interesaba comprar nuestros productos y, sobre todo, vender sus propias mercancías.

Empresarios y comerciantes franceses se instalaron en distintas ciudades, como Puebla, Veracruz, Guadalajara y México. Al igual que a muchos otros extranjeros, el gobierno les brindó facilidades para abrir sus negocios. En el aspecto económico su presencia fue positiva, pero en el terreno diplomático
dio lugar a graves problemas; tal fue el caso de la “Guerra de los pasteles”.

Aunque en la primera mitad del siglo xix Francia estaba más interesada en comerciar con México, algunos comerciantes y diplomáticos franceses comenzaron a ser atraídos por los asuntos políticos: apoyaban la idea de que en México volviera a establecerse un gobierno monárquico, como en tiempos de Iturbide, al cual ayudarían con tropas y dinero; a cambio esperaban recibir ventajas especiales para hacer negocios. Después de la independencia Inglaterra se volvió uno de los principales prestamistas de México, lo que permitió funcionar al gobierno de Guadalupe Victoria y provocó un endeudamiento que se prolongaría durante las siguientes décadas debido a que los diferentes gobiernos no tenían recursos
suficientes para pagar. En 1825 Inglaterra reconoció la independencia de México y firmaron un tratado comercial por lo que llegarían a México inversionistas ingleses interesados en las minas (que se encontraban abandonadas e inundadas desde la guerra de Independencia), lo que ayudó mucho a la economía.

Estados Unidos fue uno de los primeros países que reconocieron la independencia de México. Esto era muy importante para nuestro país, pues se trataba de una república vecina que también había luchado duramente para obtener su independencia y, además, tenía una economía bastante próspera. Al igual que otras naciones como Francia, Holanda e Inglaterra, Estados Unidos estaba muy interesado en el comercio con México. Pero también algunos estadunidenses ambicionaban adquirir una porción del territorio nacional y tenían la mira puesta sobre todo en la provincia de Texas.

Desde su independencia de Inglaterra, en 1776, la población de Estados Unidos había crecido considerablemente. Hacia principios del siglo xix ya se había duplicado y continuaba en aumento, por eso en ese país había miles de personas dispuestas a colonizar nuevos territorios.

Además de apropiarse de las tierras que ocupaban los pueblos indígenas, el gobierno estadunidense compró el territorio de Luisiana a los franceses y arrebató la Florida a los españoles. De este modo sus fronteras se extendieron hasta los límites de Texas.

Texas contaba apenas con unos cuantos habitantes, por lo que el gobierno mexicano permitió que se establecieran allí algunos colonos provenientes de Estados Unidos, con la condición de que respetaran las leyes del país y fueran católicos. No tardó en llegar un gran número de inmigrantes, lo cual llevó a que hacia 1834 vivieran en Texas 30 mil angloamericanos y sólo un poco más de 3 mil mexicanos. Las diferencias entre ambos grupos eran muy marcadas. Los colonos extranjeros tenían sus propias costumbres: no hablaban español, no eran católicos y tenían esclavos (lo que iba en contra de las leyes de nuestro país). En diversas ocasiones Estados Unidos le propuso a México comprarle Texas. Pero esta propuesta fue rechazada por el gobierno porque vender una parte del territorio nacional se consideraba traición a la patria.


La economía después de la independencia

Entre los principales problemas que debió enfrentar el México independiente estaban los económicos. Después de la independencia, la producción agropecuaria y la explotación minera disminuyeron en relación con las últimas décadas del periodo virreinal. La mayoría de la población vivía en la pobreza; muchos campesinos producían sólo sus propios alimentos. Esta agricultura de subsistencia era suficiente para sostener a las familias, pero no contribuía al crecimiento económico del país.

Aunque no había muchas personas que tuvieran dinero para hacer inversiones o que quisieran hacerlo, porque los constantes conflictos políticos no generaban un ambiente favorable para hacer negocios, a nuestro país llegaron empresarios extranjeros, sobre todo ingleses, franceses y estadunidenses, que hicieron inversiones en el comercio y la minería.

Como se producían menos mercancías, disminuyeron las relaciones comerciales entre las distintas regiones del país. Igualmente, había muchos obstáculos para el comercio nacional: se cobraban impuestos por llevar mercancías de un estado a otro y los caminos estaban en malas condiciones.

Además de perjudicar a la población en general, la disminución de la actividad económica afectó seriamente los ingresos del gobierno. Debido a la desorganización del país no existía una eficiente recaudación de impuestos, y para pagar sus gastos el gobierno se endeudó con prestamistas particulares y bancos extranjeros, lo cual generó graves problemas financieros y políticos. La economía mexicana comenzó a recuperarse a finales del siglo xix.